El Colapso: ¿y si el mundo que conocemos se derrumbara?
Si el sistema económico y político se cayera a pedazos de un instante a otro, ¿qué pasaría? ¿Seríamos solidarios o nos regiríamos por el mandato “sálvase quien puede”? ¿Sobreviviríamos? ¿Haríamos el intento por mantenernos en pie? Son cientos los interrogantes que se despiertan a medida que los minutos avanzan en El Colapso y vemos a los personajes de las diferentes historias cometer actos atroces, violentos y totalmente deshumanizados. En ningún momento la serie se toma el trabajo de explicarnos cuál fue el hecho puntual que hizo desencadenar el caos, pero eso poco importa porque, a esta altura, ya no hay vuelta atrás. La serie francesa, creada por el colectivo audiovisual Les Parasites, causa impacto por donde se la mire: desde lo técnico, a través del plano secuencia con el que se filmó cada uno de los episodios y que potencia la tensión y la desesperación de las historias, haciéndolas más reales aún. Desde lo argumental, con un guion crudo que no es más que un reflejo de la sociedad contemporánea llevado al extremo. “Para mi profundo desagrado, he sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad de cuantos caben en la crónica del tiempo; nunca, jamás (y no lo digo con orgullo sino con vergüenza) sufrió una generación tal hecatombe moral, y desde tamaña altura espiritual, como la que ha vivido la nuestra”, escribió Stefan Zweig en El mundo de ayer, un relato histórico y autobiográfico en el que el escritor austríaco expuso sus vivencias y sus reflexiones sobre la Europa previa a las dos guerras y cómo el mundo, ya hace un siglo, daba claras muestras de deterioro. El ideal del progreso indefinido traía consigo daños colaterales cuya magnitud no supimos prever y cuyo altísimo precio estamos pagando hoy.
El Colapso plantea una desilusión de similares características: en nombre del crecimiento económico la humanidad se encargó de abatir a la naturaleza, de romper los lazos de solidaridad, de agotar los recursos del planeta, de explotarnos unos a los otros, de desatar guerras y la lista podría seguir de manera indefinida con ítems negativos. Y, a pesar de las múltiples advertencias, no supimos ponerle un freno a tiempo para evitar la estrepitosa caída. O al menos para hacerla menos dolorosa. Quienes el año pasado se encontraron en sus pantallas con Chernobyl y Years and Years y quedaron pasmados ante tanta desidia, permítanme advertirles que El Colpaso va un paso más allá. Tal vez sea el particular momento que atravesamos como humanidad el que la hace tan desgarradora, pero lo cierto es que la serie francesa no tiene rodeos, te arrebata la esperanza en un abrir y cerrar de ojos, hace estragos en tu cuerpo. Porque sabemos que, de alguna manera, ese futuro pareciera estar a la vuelta de la esquina. Y no fuimos más que nosotros mismos los gestores del apocalipsis de la humanidad: ni zombies, ni criaturas de ciencia ficción, ni seres galácticos. Desabastecimiento, individualismo, irracionalidad, violencia extrema, supervivencia a cualquier costo son los que van marcando el ritmo de las ocho historias que se relatan en El Colapso. Historias que, a su vez, están unidas de manera sutil y van dejando pequeñas huellas para comprender las consecuencias de nuestros actos. Lejos de ser un tratado moral o aleccionador, El Colapso funciona como una advertencia más. Desde hace décadas, científicos y pensadores vienen emitiendo alarmas sobre los costos que pagaremos si no se detiene el calentamiento global, si la industria de los alimentos no busca alternativas, si explotamos hasta el último recurso que el planeta tiene para darnos. Richard C. Duncan, incluso, elaboró la teoría de Olduvai, que sostiene que la sociedad industrial no sería capaz de sobrevivir más allá del 2030. A partir de ese momento, la humanidad comenzará lentamente a retroceder en sus prácticas hasta regresar, finalmente, a la cultura de la caza. En qué lugar estaremos en 2030 es algo que no me atrevo a predecir. Sin embargo, es evidente que el futuro poco tiene de alentador. Y cuando las advertencias distópicas se tornan tan familiares, pareciera que ya no hay escapatoria posible.